41 EDICIÓN DEL FESTIVAL DE CINE DE TERROR DE MOLINS DE REI |
LA CONSOLIDACIÓN DE UN CERTÁMEN DE GÉNERO EN EL BAIX LLOBREGAT Crónica de Àlex Aguilera Couceiro
Si hay algo que caracteriza a un festival, sea de cine, música u otra manifestación cultural, esta es la de su esencia, lo que se palpa en el ambiente y transmite al espectador. Esta debería ser la función de todo aquel festival que se precie de serlo, cara al aficionado e incluso al profesional que se acerca al evento, bien sea en calidad de invitado o quien cubre la noticia, como en mi caso.
La diferencia entre un certamen que infunde y respira ese hálito inequívocamente genuino lo manifestó Molins de Rei a lo largo de los diez días en el que se desarrolló el mismo. Por si fuera poca esa excepcionalidad como Festival íntegramente adscrito al cine de Terror —con alguna desviación hacia lo paranormal y de ficción grotesca—, este año, cumpliendo su 41 edición, se ha querido rendir homenaje exclusivo a «Los musicales de terror». Dejando a un lado el extraordinario film de Brian De Palma (presentado en una edición anterior dedicada al subestimado realizador de New Jersey), El fantasma del paraíso (1974), se pudieron (volver) a degustar cintas como la imprescindible The Rocky Horror Picture Show (1975) en una sesión que abarrotó el cine Foment; por el lado contrario, una desolada sala constató que Ana y el apocalipsis (2017) no goza del favor del aficionado, pese a lo atrevida de la propuesta, ya convertida en una especie de película de “culto”. Pesadilla antes de Navidad (1993), La tienda de los horrores (1986) y la estrafalaria Poultrygeist (2006) de la factoría Troma, completaron el miniciclo con buen criterio.
De entre todas las secciones y actividades paralelas que pudimos saborear durante el festival nos quedamos con las sesiones dobles (una buena iniciativa para aunar dos cintas de características y calidad parecidas; verbigracia, la extraña cinta nórdica Sick of Myself y la no menos bizarra, Family Dinner) y la emblemática y decididamente mejor Maratón de Cine de Terror (auténtico) que se celebra en nuestro Estado, desde el l
![]() SECCIÓN OFICIAL A COMPETICIÓN
Una docena de títulos acompañaron las presentaciones de esta sección inexcusablemente definitiva en el seno de un festival de cine. No sobresaliendo ninguna de ellas especialmente, a excepción de la más que correcta, Wolfkin y la indonesia Before Night Fall, premiada por el Jurado oficial; el resto no desentonó, siendo las hispanas La huesera y Viejos, dos propuestas más que dignas; así como, la germana Fa
![]() OTRAS SECCIONES
Del vermut literario, donde se presentaron libros de toda orden dentro del fantástico, entre ellos el novedoso sobre el cine de terror de los últimos años: 20 años de oscuridad, y otro inclasificable de Quique Mesa, las secciones «Being Different», albergando una decena de films, hasta los cortometrajes esenciales en este Festival, compitiendo inclusive con otro de su mismo rango y referencia, el Festival de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián, TerrorMolins dio un repaso a todas las tendencias dentro del cine de género terrorífico, amén de programar sesiones especiales, así como comprometer a los más pequeños de la casa, en forma de talleres didácticos y visionados acordes a sus respectivas edades. En cuanto a los sectores profesionales, se realizaron encuentros puntuales e informales, a diferencia de otros certámenes.
Cabe destacar el alto nivel de los cortometrajes presentados a concurso y fuera de él, a tenor de lo mostrado y lo comentado por sus propios creadores. También el homenaje al semidesconocido compositor autóctono, Joan Valent, fue un motivo más para reivindicar la música de cine como un parámetro más a la hora de evaluar uno u otro film.
Por último, interpretar la falta de la sección no presencial Videodrome (formado por una quincena de filmes) como un acto de piratería que no favorece a nadie más que al ególatra de su(s) difusor(es). Un sin sentido en el seno de una comunidad que intenta ver contenidos sin ningún tipo de filtro. De igual modo, cabe reseñar que el certamen no se resintió a nivel cualitativo -sí, a nivel económico- de este inconveniente sobrevenido.
En resumen, TerrorMolins sigue siendo un festival que conserva todo aquello que otros han perdido con el paso del tiempo y los abultados presupuestos (una decima parte del de Sitges, San Sebastián o Málaga), pese a la corta lista de invitados y/o rostros conocidos (el maestro del maquillaje Colin Arthur, como buque insignia del mismo), mostrando, en todo momento, ese regusto y ambiente propios de un evento de este calado, popular y destinado a los incondicionales venidos de todas partes del mayoritariamente territorio catalán,•
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