LA BANDA SONORA CLÁSICA: «AMARCORD» (1973) (ESPECIAL FEDERICO FELLINI) |
AMARCORD
(1973, Nino Rota)
A primera vista, Amarcord (1973) podria considerarse un filme autobiográfico, las reminiscencias de infancia del realizador Federico Fellini en su pueblo natal. Pero, en realidad, la película va más allá: como señalan Pilar Pedraza y Juan López Gandía, se trata de «un viaje a un pasado fantaseado, intentando aferrar algo tan inconsistente como los sueños o las pinturas antiguas, un pasado personal y biográfico (...) algo que vaga de un lado a otro, voces que deben ser atrapadas en una imagen para hacerse cine». En efecto, el espectáculo que nos ofrece Fellini oscila entre el realismo costumbrista (las escenas familiares en la casa del niño protagonista, la escena inicial en la plaza del pueblo con la fogata), la fantasía más imposible (la historia que el abogado cuenta sobre su orgía en el Gran Hotel), el espectáculo simbólico-surrealista (la boda fascista imaginada por uno de los protagonistas) o el recuerdo teñido de cierto halo de mágica irrealidad, quizá empañado por el filtro de la memoria (la escena en que todo el pueblo sale al mar para saludar a un gigantesco trasadántico).
Con Amarcord, Rota logró una de sus más afortunadas partituras para el cine de Fellini. No sólo consiguió diversos lenguajes musicales que se acoplaran a esos diferentes niveles de ficción, sino que supo dar cohesión a todo el material musical a través de un par de conceptos básicos: la triste conciencia del implacable paso del tiempo y esa «inconsistencia», esa impalpabiidad del recuerdo a que aludíamos antes. Su música —pese a su aparente simplicidad y tono popular— posee una
![]() El tema principal de filme, hoy muy célebre, es todo un hallazgo: una melodía en apariencia sencilla y optimista, pero con cierta amargura escondida en su seno y un gran carácter de evocación, como si hiciera referencia, ya desde unos genéricos en negro que no nos dan ninguna información visual, a que lo que va a ser narrado viene de muy lejos, del pasado. Los otros motivos básicos son un tema de eminente carácter festivo y popular, presentado por primera vez con carácter diegético en la escena de la fogata y que viene a representar al pueblo en conjunto: en su primera interpretación es incluso mal ejecutado por los músicos aficionados del pueblo, pero luego reaparecerá, más elaborado y sutil, en la escena del trasadántíco.
Un tercer motivo de importancia es el que ínterpreta al acordeón el ciego Cantarel, una triste elegía’ que es empleada en los momentos más reflexivos y melancólicos de la película, precisamente aquellos que se refieren al paso del tiempo —en tanto que aparece asociado con una serie de rituales realizados en diferentes épocas del año (invierno, primavera, etc.)— y a la pérdida de la inocencia y la ilusión: pocas fusiones de música e imagen tan impresionantemente lúcidas y tristes ha dado la historia del cine como la escena de la boda de la Gradisca que cierra el filme. No sólo para el pueblo supone la pérdida de su mito erótico, de su glamoni- particular (con toda la carga de fantasía e ilusión que esto conlleva), sino que para la propia Gradisca implica también un duro paso de la ficción a la realidad: la mujer que soñaba con casarse con Gary Cooper acaba realizando un triste matrimonio con un hombre vulgar, mientras la melodía en el acordeón realiza una despedida musical que tiene mucho de lamento, de pérdida irreparable.
![]() Pero Rota también sabe ser delirante y exagerado cuando la ocasión lo exige, lúdico y desenfadado. Su increíble habilidad para mezclar melodías propias con otras populares le permite irónicos pasajes musicales como el galop con toques orientales en la falsa historia del abogado o la música que acompaña el episodio de la Gradisca y el príncipe. En piezas como ésta, Rota no está sino reflejando, a través de una música voluntariamente exagerada y que distorsiona la memoria colectiva (esto es, una set-ie de melodías populares conocidas y compartidas por todos), cómo la fantasía del individuo busca desesperadamente escapar de la mediocridad de su entorno. De nuevo, la música no es mero acompañamiento a las festivas imágenes de Fellini ni busca un simple efecto humorístico: hay también un soterrado fondo de compasión, humanidad y algo de elegíaco por las ilusiones de esos personajes y por cómo los recuerdos de ese narrador ficticio, retórico del filme, vuelven con un halo de fantasía y algo de no asumida decepción por ese mundo perdido o deseado.•
Roberto Cueto (1) Pilar Pedraza y Juan López Gandía, Federico Fellini, Madrid, Cátedra, 1993, pág. 260. (2) Según cuenta Latorre (op. cit., pág. 192), este tema era el que Rota había pensado originalmente para los títulos de crédito, pero luego se dio cuenta de que hubiera dado al filme un tono demasiado triste.
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