SINOPSIS: Boston, Massachusetts (Estados Unidos), 1875. En la sociedad bostoniana de finales del siglo XIX Verena Tarrant es una joven sencilla e inteligente que utilizada tanto por su padre como por su protegida Olive Chancellor. Mientras su progenitor exploca la capacidad oradora de Verena para deslumbrar a los incrédulos ante el poder de las ciencias ocultas y de la medicina natural, Olive la elige como representante del Movimiento Sufragista. El hecho de que Verena se enamore del apuesto abogado Basil Ramsone provoca los celos de Olive, no tan sólo porque éste defiende unas tesis opuestas al Movimiento Sufragista, sino por el aprecio y cariño que siente por la joven bostoniana. A pesar de estas disputas que se generan en su entorno, Verena mantiene una actitud firme y madura, sabiendo discernir entre los asuntos amorosos y sus propias convicciones políticas.
COMENTARIO: Escrita en el año 1886, cuando la prolífica carrera literaria de
Henry James (1843-1916) —autor de origen norteamericano, pero de adopción británica—, todavía tenía mucho recorrido por delante,
Las bostonianas —editada en lengua española, entre otros sellos, por Mondadori dentro de su excelsa colección «Grandes clásicos»— narra la relación que se establece entre dos mujeres, ahondando en sus respectivas psicologías y diferencias respecto a las opiniones de ambas en relación al sexo masculino y, por ende, al suyo propio. Estas dos mujeres representan los dos vértices del movimiento sufragista que, en los estertores del siglo XIX, tanto eco estaba teniendo entre los círculos sociales de la sociedad de la América del Este, más concretamente la de Boston y Nueva York. Olive Chancelor es una dama, joven aún, que rechaza a los hombres de manera

ferviente, llegando a odiarlos incluso, alegando como pretexto la infinidad de siglos de sometimiento y humillación que las mujeres han tenido que sufrir a lo largo de la historia. Olive invita un día a su casa a un primo sureño, Basil Ransome, un tipo cuya familia ha caído en desgracia tras la guerra de Secesión —como todas las que disfrutaban de cierta hegemonía económica y de poder en la antigua y retrógrada sociedad esclavista sureña— y que representa en todas sus características al tipo de hombre machista y reaccionario que tanto rechaza su prima. Olive evidencia un desprecio inmediato por su pariente, a quien sólo ha escrito para intentar casar a su hermana viuda, la cual la irrita en demasía por su comportamiento coqueto y sumiso son los hombres. Este rechazo se verá convertido en odio cuando entre en escena Verena Tarrant, una joven de familia con pocos recursos que deleita las sesiones de las damas de este movimiento sufragista con una elocuencia en sus discursos y una ferviente capacidad de convicción que atrapa al instante a todos sus oyentes. Verena, pese a la pasión que imprime a sus discursos, no rechaza a los hombres como hace Olive, sino que disfruta con las discusiones y la compañía de ellos, en especial con la de Basil, por el que se sentirá irremediablemente atraída. Olive, fascinada completamente con la joven, tratará por todos los medios de comprometerla con la causa y con ella misma, distanciándola de Basil y de cualquier «peligro» que la pueda alejar de su lado. Pero Basil sentirá la misma atracción por la joven, y entre él y su prima se establecerá, pese a que Verena acceda a ceder su vida y su talento al servicio de su admirada Olive, una lucha silenciosa por la “posesión” de la joven.
Novela considerada de clara temática homosexual, lo cierto es que esta obra de James, al igual que todas aquellas que corresponden con su primera etapa creativa, iniciada en 1875 con Roderick Hudson, y entre cuyos títulos capitales están la sencilla pero exquisita Washington Square (1881) y la célebre Retrato de una dama (1881), respira de una agilidad en su prosa y de un interesante estilo narrativo en el que el autor trata de distanciarse del relato y posicionarse como el «maestro de

ceremonias» que ni todo sabe ni todo quiere contar. Así pues, a diferencia de sus obras de «madurez creativa», en las que la compleja prosa analiza de manera minuciosa a través de los diálogos y de las descripciones las psicologías de los personajes, y pese a que en
Las Bostonianas este análisis asimismo sea el objetivo del escritor, son frecuentes los fragmentos en los que James evidencia un juego para con el lector en el que se complace en evidenciar su intención de mostrar y ocultar hechos y acontecimientos relativos a la historia, cuyo celo desea mantener para sí en algunas ocasiones: «…
Debo confiarle al lector, a quien en el curso de nuestra historia me veré obligado a impartir mucha información secreta…». En otros momentos, el narrador, siempre al servicio de la caracterización psicológica de los personajes, renuncia voluntariamente a su poder omnisciente relatando las sensaciones y pensamientos de uno de los personajes, el cual contempla y reflexiona sobre las acciones que observa de otros, pero cuyos diálogos no puede escuchar, ni así el tampoco lector. Por último, esta magistral narrativa, diferente y más ágil, como se ha dicho, del perfeccionismo y belleza formal de sus obras de madurez, alude a sí misma como si de un juego de metaficción se tratase, en el cual el narrador no duda en enfatizar su presencia y los instrumentos de los cuales se sirve para manipular a su gusto al lector: «
…Ninguna cursiva podrá dar idea de la sinceridad del énfasis de la señora Tarrant».
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Henry James, una personalidad influyente
Henry James, hijo de una acomodada familia muy bien posicionada socialmente, nació en 1843 en Nueva York. Hermano del reconocido filósofo y psicólogo William James (1842-1910), cuyas teorías sobre el fluir de la conciencia tanto iban a influir en escritores posteriores de la talla de Virginia Wolf, William Faulkner, o James Joyce, Henry James vivió una vida dedicada a la literatura y a los viajes, hecho este que le impelió a trasladarse a Europa (París y luego Londres) y vivir allí el resto de sus días. Su amplia y prolífica obra evidencia este dualismo entre la cultura europea y la norteamericana, plasmado en multitud de sus relatos, como en El americano (1877) o el misma Retrato de una dama, aunque está de un modo u otro presente en todas sus obras. Asimismo, escribió multitud de relatos cortos, el más conocido de ellos Otra vuelta de tuerca (1898), una maravilla exquisita, llevada magistralmente al cine en 1961 por Jack Clayton en la película ¡Suspense!. Otras muchas obras serían también llevadas al cine, y de entre ellas cabría resaltar la misma que ahora nos ocupa, Las bostonianas (1984). Asimismo, de entre las películas derivadas de sus relatos más populares figuran La heredera y su versión más moderna, Washington Square, La copa dorada, Las alas de la Paloma o Retrato de una Dama y, quedándonos más cerca, la adaptación que Jordi Cadena hizo para nuestro cine de otro de los excelentes relatos cortos de James: Los papeles de Aspern (1991), por citar sólo unos cuantos de los muchos ejemplos que este prolífico escritor inspiró para el cine. Una obra de la categoría de Las bostonianas, se convierte, según lo dicho, en una excelente ocasión de saborear la magnífica prosa de Henry James, uno de los grandes padres de la literatura del siglo XX, tanto americana como europea, y disfrutar con un estilo que, aunque aún debería recorrer mucho camino hasta llegar al grado de perfeccionismo y excelencia de sus obras maduras, como La copa dorada (1904) o Los embajadores (1907), ya deleita y enamora por su gran calidad y maravillosa aptitud para dibujar la psicología humana.
La adaptación de Ivory & Jhabvala
A tenor de las declaraciones de James Ivory,
Retrato de una dama había sido la primera novela de Henry James en que James Ivory y Ruth Praver Jhabvala parecían persuadidos a la hora de adaptar a la gran pantalla. No obstante, las visiones entre los productores de turno y el director y la guionista —en los primeros compases de fortalecer una relación profesional que se dilataría a lo largo de los lustros— fueron

el principal caballo de batalla para que quedara abortada dicha adaptación. Menos problemas, empero, conllevaría la traslación al celuloide de
Los europeos (1979), la primera de las adaptaciones literarias —al margen de la propia obra de Jhabvala— de la andadura profesional de Ivory y, con el paso del tiempo, convertida en la pieza bautismal de una suerte de trilogía relativa al «universo» de Henry James. La segunda de las partes guarda correspondencia con
Las bostonianas, en cuya génesis James Ivory no participó. En realidad, una televisión local de la ciudad de Boston había tomado la determinación de rodar cinco episodios —cuatro de los cuales de carácter biográfico— con un denominador común: la familia James. De tal suerte, los tres hermanos —Henry, William y Alice— y el padre de todos ellos —Henry James Sr.— “protagonizarían” esta antología de marcado acento documental, siendo la única pieza de ficción la adaptación de la obra literaria
Las bostonianas. Pero de aquel proyecto tan solo “sobrevivió” el guion escrito por Jhabvala, al que James Ivory tuvo acceso a su contenido, resolviendo al cabo que podría ser la base —sin necesidad de someterlo a revisión— de una producción cinematográfica. Una vez cubierta la financiación de la misma, Ivory y el productor Ismail Merchant trataron de sondear el mercado a la búsqueda de los intérpretes capaces de extraer el máximo partido posible a unos personajes que muestran una hondura psicológica notable gracias a la
afilada y perspicaz pluma de Henry James. No cabe duda que la principal elección masculina para dar acomodo al papel de Basil Ransome vino condicionada

por el
savoir faire de Christopher Reeves en
En algún lugar en el tiempo (1980), un film «de época» que, a su vez, razona dentro del subgénero de los «viajes en el tiempo». Por lo que concierne a
Las bostonianas (1984) el
viaje en el tiempo queda limitado a un
salto del año 1875 al 1876, el año de la conmemoración del centenario de la Independencia. Un hiato de apenas un año que, en todo caso, sirve para tomar nota de la progresiva evolución del personaje de Verena (la debutante Madeleine Potter), quien va
desprendiéndose de ese
manto de protección ofrecido por Olive (Vanesse Redgrave, para un rol destinado a ser interpretado por Glenn Close tras la renuncia
en origen de la propia actriz británica) en aras a tratar de dibujar un horizonte personal presto a discernir entre el debate público sobre cuestiones relativas al empoderamiento y/o la emancipación de la mujer, y saber disfrutar de la compañía de los hombres, incluso los de calado reaccionario o retrógrado. En esta tesitura discurre buena parte del metraje de
Las bostonianas, un solvente drama costumbrista en que James Ivory aplica su singular tacto y, a la par, aboga por una narración de corte academicista a la hora de articular una metodología de filmación sin menoscabo a algunas imaginativas resoluciones visuales —los planos zenitales mostrados en la despedida entre la doctora Harrant (Linda Hunt) y Basil, en que se trata de “minimizar” la acusada diferencia de estatura entre los intérpretes en liza, o

la escena en que Aledeline Luna se dirige casi a la carrera al vestíbulo de la lujosa mansión al sentirse humillada por el apuesto abogado oriundo de Mississippi— que constituyen la excepción a la regla.
Merecedora de una nominación al Oscar• a la Mejor Actriz Secundaria para Vanessa Redgrave —en su performance de una mujer esquiva al universo masculino, quien alimenta una relación de naturaleza lésbica para con su protegida Verena—, Las bostonianas sirvió para ir apuntalando el prestigio crítico de su director James Ivory en el periodo inmediatamente anterior a su primer gran éxito internacional surgido a partir del estreno de Una habitación con vistas (1985).•
Christian Aguilera & Susanna Farré