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Colección: Ilustrados.
Fecha de publicación: septiembre de 2020.
60 pp. 15,5 x 21,5 cm. Cartoné.
Ilustraciones de Elena Ferrándiz.
Traducción de Colectivo Ray Bradbury Bdl.
Para alguien como Ray Bradbury (1922-2013) que se había proyectado al futuro en infinidad de sus relatos, cuentos y/o novelas, el alumbramiento de un nuevo siglo —el XXI— parecía un campo abonado para que algunos de éstos prosperaran en la gran pantalla en forma de adaptaciones. Ciertamente, el grueso de la fecunda obra de Bradbury corresponde a relatos breves que han servido de base para numerosos cortometrajes pero que difícilmente han alcanzado la condición de largometraje. No obstante, El sonido del tueno (1952) —integrado en una antología de treinta relatos bajo el genérico Las doradas manzanas del sol (Ed. Minotauro, 2009) y que el sello NØrdica ha publicado en 2020 de manera «aislada» con ilustraciones a cargo de Elena Ferrándiz—, una historia de apenas una quincena de páginas, inspiró medio siglo después de su primigenia publicación en papel un proyecto cinematográfico abanderado tras las cámaras por el finlandés Renny Harlin y con Pierce Brosnan asumiendo el papel protagonista de la función. Bradbury, resabiado de un medio en el que prima la noción de la decepción con honrosas excepciones —Fahrenheit 451 (1966)—, desconfió de la bondad del proyecto impulsado por el productor Moshe Diamant. Éste se vio forzado a prescindir de Harlin —arrastrado consigo a Brosnan— y reclamar los servicios de Peter Hyams, con quien había colaborado en Timecop (1994), Sudden Death (1995) y El mosquetero (2001). Tras un par de años de incertidumbres, un guión que había pasado por distintas manos —incluidas las de Gregory Poirier, artífice del libreto de la estimulante Rosewood (1997)— mereció la aprobación del Estudio no sin ciertas reticencias, y con ello, Hyams trataba, una vez más, de ejercer el control visual absoluto del film en su doble condición de director y cameraman. Exenta de la sustancia dramática de Parque Jurásico (1993), vestida en origen (literario) —cortesía de Michael Crichton— de múltiples subtramas, El sonido del trueno (2004) responde al estímulo de cine de evasión prototípico de los blockbusters de ese periodo finisecular, con un leve, acaso imperceptible revestimiento de crítica que apunta hacia las conexiones entre el poder gubernamental y grandes corporaciones como la Sociedad Safari Temporal, la empresa que organiza viajes en el tiempo hasta remontarse sesenta millones de años, en plena prehistoria. Cuestión que se sitúa en el marco de actuación de Peter Hyams, quien a pesar de no haber figurado acreditado en calidad de guionista, se permitió incluir alguna que otra línea de diálogo de su propia cosecha —cuando alude a «Brubaker, el primer hombre que pisó marte», en referencia al personaje encargado por James Brolin en Capricornio Uno (1977)— que adopta un similar sesgo autoreferencial, al igual que la cita a Spota, la palabra «mágica» (un vocablo que corresponde al apellido de la familia de su esposa) que aparece en gran parte de sus largometrajes ya sea impresa en la marquesina de un restaurante o verbalizada en una línea de diálogo. Elementos fetichistas al margen, Hyams resolvió el envite con su habitual pericia visual, manejándose con destreza por esos espacios remotos donde la luz adopta un tono mortecino, brumoso, en correspondencia con la imagen mental que nos hacemos sobre la prehistoria al calor de la lectura de la quincena de páginas de la obrita de Bradbury, formulada con un estilo un tanto atropellado fruto de una escritura acelerada, con su recurrente timbre poético, una fina ironía que encuentra asidero en referencias de carácter personal, alusiones de naturaleza bíblica y algún que otro guiño a su inveterada pasión por el Séptimo Arte. Pero evaluados los resultados de El sonido del trueno (2004), ese fervor cinéfilo quedaría un tanto desasistido, a razón de una producción de cuarenta millones de dólares que se sitúa más en el terreno de los videojuegos que de la propia dinámica de una película que precisa apuntalar su miga dramática para no incurrir en que observemos a los personajes en danza —guías, cazadores y el creador de la compañía Safari, Charles Hatton (Ben Kingsley), un trasunto del científico John Hammond (Richard Attenborough) de Parque Jurásico pero con un tono más caricaturesco— como meras figuras deambulando por mundos “de diseño” de 2055 y por espacios remotos. Allí donde Hyams volvería a enfrentarse a la noción de monster movie, a cuenta de un Tyranosaurus Rex, al que Bradbury saluda con la expresión de «El lagarto del Trueno» en su relato, embrión de una producción incapaz de remontar sus propias deficiencias de partida y con la introducción de un personaje femenino —inexistente en la obra seminal—, Alicia Wallenback (Heike Makatsch), que trata de insuflar un cierto brío a un conjunto que se mueve por l os derroteros del videojuego. No en vano, al cabo Game Boy Advance se hizo con los derechos preceptivos para la confección de un videojuego que se sumaba a la larga lista de una oferta para consolas que, en primera instancia, habían tributado en el campo del cinematógrafo.
La elección de Un sonido atronador, a modo de homenaje a Ray Bradbury en el cumplimiento del centenario de su natalicio, presumo que no ha sido aleatoria por parte de la editorial madrileña NØrdica. En razón del periodo que atraviesa la humanidad con una pandemia que se adivina duradera cobra especial relevancia esta pequeña pieza literaria del visionario Bradbury que dio pie al concepto de «El efecto mariposa», en cierto sentido posteriormente reformulada en la denominada «Teoría del Caos». El mismo indica que un minúsculo cambio en el orden natural puede generar que con el paso del tiempo puede provocar se detecten variaciones de magnitudes estratosféricas. Por ello, la presente edición debería figurar entre las lecturas "obligadas" en centros docentes donde asisten niños, adolescentes y jóvenes, en esas franjas de edades en que se va forjando la propia conciencia individual. Sin lugar a dudas, este sería uno de los mejores tributos a la insigne figura de Ray Bradbury, de plena "actualidad" siete años después de su fallecimiento.•
Christian Aguilera

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