En el contexto de una Europa sumida en plena guerra países, Gran Bretaña, constituido en un estado de naciones sufrió especialmente los estragos del conflicto bélico internacional, dejando «desabastecidos» infinidades de núcleos familiares debido a que decenas de miles de hombres fueron movilizados para contrarrestar el inexorable avance del nazismo. Así pues, quedaron en la «retaguardia» cuidando de los hogares mujeres que iban asumiendo cada vez un mayor empoderamiento y con ello algunas se esmeraron en activar y/o potenciar una veta literaria que había quedado “reprimida”, en cierta manera, por el papel subsidiario que les había tocado en el seno de una sociedad esencialmente patriarcal. La irlandesa
Josephine Aimee Campbell Leslie (1898-1979) perteneció a esa generación de escritoras británicas que dieron rienda suelta a su imaginación en esos tiempos convulsos en que la literatura podría acomodarse a la noción de válvula de escape. No obstante, la sola idea que aquellas obras troqueladas por la imaginación llegaran a ser publicadas bajo el nombre real (el de una fémina) sembraba de dudas de su viabilidad en el ánima de mujeres que, a la postre, decidieron emplear seudónimos. Por aquel entonces, el dominio de escritores

masculinos resultaba casi hegemónico. De ahí que Josephine Leslie empleara el álias de R. A. Dick, llevando a los potenciales lectores a la fundada posibilidad que escondiera el nombre de un varón, en sintonía con lo acontecido en el caso de T. S. Eliot o D. H. Lawrence, entre otros. De tal suerte, Josephine Leslie AKA R. A. Dick publicó su primera novela,
El fantasma y la sra. Muir (1945) en los estertores de la Segunda Guerra Mundial, constituyendo un rotundo éxito literario en los países anglosajones que no pasaría desapercibido por la industria cinematográfica estadounidense, y concretamente por la Fox, la
major con mayor propensión a sondear el mercado de publicaciones literarias con apremio a que sirvieran de base para hipotéticas adaptaciones al celuloide. Ciertamente, una vez realizada la preceptiva compra de los derechos de explotación cinematográfica, la compañía liderada por Darryl F. Zanuck adjudicó a Philip Dunne la escritura del guión, mostrándose extraordinariamente fiel al texto seminal pero introduciendo una serie de interesantes “matices”.
«El paraíso soñado»: Gull Cottage
Largamente esperada por los admiradores de El fantasma y la sra. Muir (1947) — dirigida por Joseph L. Mankiewicz y protagonizada por Rex Harrison y Gene Tierney— la novela de Josephine Leslie se ha publicado en lengua castellana en el otoño de 2020 —en otro periodo convulso de la Historia, en razón de la pandemia
que azota al planeta tierra— por parte del sello Impedimenta, reparando así un «vacío» editorial que ha durado setenta y tres años. Lo hace con el habitual esmero de la editorial madrileña en la traducción —esta vez a cargo de Alicia Frieyro— de una pieza literaria situado en el espectro de lo gótico que admite influencias de
Otra vuelta de tuerca (1898) de Henry James. Presumiblemente Dunne se apercibió de ello y quiso desmarcarse un tanto del ascendente
jamesiano con la eliminación del hijo de Lucy Muir (
Gene Tierney, una actriz ligado a la Fox en los años cuarenta), Cyril, y por consiguiente, dejando que la relación maternofilial se circunscriba a la viuda y a su pequeña Anna. De forma inversa, Dunne duplicó el número de parientes políticas que visitan Gull Cottage —dos damas vestidas de riguroso luto que se muestran extremadamente quisquillosas y un punto maleducadas— con el ánimo de disuadir a Lucy que siga viviendo en un espacio que no se corresponde con una viuda de su edad. En la novela tan solo hace acto de presencia Eva Muir mientras que su hermana Helen tan solo es citada de manera puntual en boca de Lucy. Lo hace en una réplica que contribuye a definir ese sentimiento de empoderamiento que aflora cuando Lucy a raíz que pierda a su marido: «
No, he vivido como quiso Edwin y como quiso su madre y cómo habéis querido Helen y tú. Ahora por fin voy a ser yo misma». En ese
tránsito Lucy —la descripción física que Josephine Leslie hace de la misma (de treinta y cuatro años, de corta estatura, de cabellos dorados rizados y ojos azules) dista de la propia de una aún veinteañera Gene Tierney, sinónimo de una belleza que trasciende la pantalla—encuentra su principal apoyo en el capitán Clegg (
Rex Harrison), cuyas apariciones fantasmagóricas alternan lo cómico con un romanticism

o que acaba impregnando el tramo final de una función tocada por la excelencia en cada uno de sus campos, ya sea la dirección de Mankiewicz, el desempeño de la composición musical de Bernard Herrmann, la fotografía en blanco y negro cortesía de Charles Lang y, por descontado su equipo artístico. Difícilmente Josephine Leslie hubiese podido aspirar a que su opera prima tuviese una
traducción en imágenes tan modélica. Asimismo, a mediados los años sesenta a partir de idénticos mimbres literarios surgió una serie televisiva que llegó a completar dos temporadas, pero que palidece en la comparativa con la versión cinética fechada en 1947.
La aparición en el mercado de El fantasma y la sra. Muir anima a pensar que Impedimenta pueda publicar al corto o medio plazo algunas de las otras obras de Jospehine Leslie, caso de Unpaited Portrait (1954), Witch Errant: An Improbable Comedy in Three Acts (1959), Duet for Two Hands (1960) o The Devil and Mrs. Devine (1974). Si semejante empeño fructificase no cabe duda que Impedimenta, entre las numerosas virtudes que acompañan el historial de este sello nacido en el siglo XXI, ha sido la de dar voz a escritoras que habían sido ignoradas por sus coetáneos en función de los condicionantes marcadamente machistas de épocas pretéritas.•
Christian Aguilera
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