Editorial: Roca Editorial..bmp) .bmp) .bmp) .bmp)
Autor: Iván Reguera.
Fecha de publicación: mayo de 2022.
317 pp. 15,0 x 22,0 cm. Tapa blanda con solapas.
En 2021 Quentin Tarantino recuperó una práctica muy extendida en los años setenta en el ámbito anglosajón con la novelización de Érase una vez en Hollywood (2019), la película que él mismo había dirigido y guionizado. Para alguien acostumbrado a estar al cabo de la actualidad en virtud de su ejercicio como periodista, la noticia de esta nueva faceta adoptada por Tarantino no debió pasar desapercibida por Iván Reguera (n. 1973). En la generalidad de este tipo de operaciones perpetradas en la década de los setenta obedecía a encargos que llegaron a implicar a futuros autores de renombre internacional como Ken Follet. Una práctica que en nuestro país ha brillado por su ausencia con algunas excepciones —por ejemplo, Ágora (2009) a cargo de Marta Sofía— y que, en buena  lid, difícilmente ninguna editorial española plantearía a un escritor un encargo consistente en “novelizar” un eventual éxito cinematográfico con cierta enjundia narrativa. No obstante, más allá de este escenario Reguera se plantearía en plena pandemia desarrollar una novela a partir de una premisa ciertamente sugerente y, a la par, bastante atípica: crear un relato sobre la gestación de una película icónica repleta de contratiempos y llamada a descarrilar en cualquier momento de su (pre)producción. Reguera no debió escarbar demasiado para escoger el título idóneo coincidiendo con un sonado aniversario, máxime si el film en cuestión asomaba en la cartelera cinematográfica convenientemente digitalizada, luciendo con una calidad de imagen y de sonido pareja a la de las fechas de su estreno. El título en cuestión, El padrino, parte I (1972), sirvió a Reguera para seguir tirando del hilo de la filmografía de Francis Ford Coppola —un director que admira como pocos, entre otras cuestiones, por su desafío a las leyes que siguen rigiendo en el mundo del cine-- tras su ensayo Apocalypse Now. Odisea en los territorios del horror (2001).
Dotado para la escritura creativa —de ahí sus novelas que jalonan su trayectoria profesional—, Iván Reguera ofrece con El hombre que podía hacer milagros —título inspirado en una de las películas que contribuyeron a alimentar la cinefilia de Coppola en sus años de adolescencia y primera juventud marcadas por una salud quebradiza derivada de una polio— un recorrido por ese neo-Hollywood construido sobre la base de un studio-system en demolición empleando una estrategia propia de un avezado narrador, el de ir segmentado la novela por capítulos en su primera parte que comprometen a otros tantos personajes, los que a la postre serían los pilares de un “monumento” cinematográfico indisociable a la noción de Mafia. No me cabe duda que parte del trabajo de campo ya había sido llevado a cabo por parte de Reguera antes de proceder a la escritura debido a su voraz vocación lectora (que incluye una cuantiosa bibliografía en torno a ensayos cinematográficos), una cinefilia perfumada por el (buen) gusto por los clásicos con un sentido revisionista y el hecho de escudriñar en los extras de las ediciones en formato digital de numerosas películas. Por ello Reguera representa una rara avis entre el panorama de escritores y/o periodistas cinematográficos de nuestro país tan poco proclives a la lectura y que difícilmente hubiesen tenido el arrojo, la capacidad y la habilidad para urdir una narración que trabaja en distintas direcciones (en principio, desligadas unas de otras) y que encuentran en el episodio que compromete a una de éstas, la relativa a Robert A. Evans, una muestra palmaria de un firme pulso narrativo no exento de suspense, el inherente a la toma de decisión adoptada por los directivos de la Paramount que ya tenían sobre la mesa la carta de cese de uno de sus productores a punto de caer en desgracia. El giro inesperado de los acontecimientos llegaría de la mano de Mike Nichols, quien filmó a Evans mostrando en una cinta de corta duración su lado más honesto, sin tratar de disfazar la realidad, pero mostrándose confiado en las (enormes) posibilidades del proyecto en ciernes, el de El padrino. El voto de confianza de la Paramount marcó un punto de inflexión para la plana mayor de los implicados en un título señero de los años setenta, dejando constancia que Evans estaba en lo cierto. No en vano, Francis Coppola quiso honrar su figura a modo de homenaje —Evans falleció en octubre de 2019— durante un acto de presentación de El Padrino en el cumplimiento de su cincuenta aniversario. Indiscutiblemente, Evans fue uno de los pilares de la tierra donde se asentó un edificio cinematográfico de tres plantas —cada una correspondiente a los títulos que conforman una modélica trilogía arbitrada tras las cámaras por Coppola, y con el concurso de idéntico cameraman, Gordon Willis, y de Al Pacino en el papel de Michael Corleone—, la última de las cuales convenientemente reformada para su «remontaje» que cursó en salas cinematográficas en la antesala de la celebración del medio siglo de existencia del film seminal. Considerado uno de los últimos tycons, quien había sido pareja de Ali McGraw protagoniza uno de los pasajes más brillantes de El hombre que podía hacer milagros, cuya lectura no hace más que reforzar el aprecio que podamos sentir por un largometraje cuyas decisiones adoptadas en la fase de preproducción, en el set de rodaje y en la postproducción (con la música de Nino Rota adheriéndose a la piel del relato) computan cada una de ellas en el casillero de los aciertos y lo sitúa por derecho propio en la selecta categoría de «films-milagro». Cabe, pues, celebrar la aparición de este soberbio trabajo de Reguera como un homenaje oportuno que despierte la curiosidad de las nuevas generaciones de cinéfilos y, al mismo tiempo, refuerce la mirada del cine conforme a un ejercicio colectivo en que la suma de todas las partes puede llegar a crear obras maestras como El padrino, parte I y su continuación, El padrino, parte II (1974).•
Christian Aguilera
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